No existe poder humano capaz de romper el vínculo entre un padre o madre con su hijo o hija. Todos somos hijos de alguien, todos tenemos un origen personal, esa es nuestra primera identidad. Aun cuando no conozcamos a nuestros padres, sabemos que ellos estuvieron en el momento mismo en que empezó nuestro existir; ellos […]
Por César Chinguel. 04 mayo, 2018.No existe poder humano capaz de romper el vínculo entre un padre o madre con su hijo o hija. Todos somos hijos de alguien, todos tenemos un origen personal, esa es nuestra primera identidad. Aun cuando no conozcamos a nuestros padres, sabemos que ellos estuvieron en el momento mismo en que empezó nuestro existir; ellos fueron instrumentos eficaces para que cada uno de nosotros empecemos a escribir nuestra biografía en un momento concreto de la historia humana.
Cuando en un arranque de ira, un padre dice que su hijo deja de ser suyo, el hijo sigue siendo suyo, y él su padre, más allá de lo que ambos decidan: el vínculo permanece. Esto pasa porque la paternidad es un vínculo que une a padres e hijos en su ser personal. Cuando por circunstancias extraordinarias faltan los padres, y algunas personas asumen con generosidad el rol de padre o madre para colaborar en la formación de un niño, deben saber que su participación ayuda, y mucho, pero no reemplaza completamente a un padre o una madre natural.
Esto explica de algún modo la tragedia que significa que una madre decida acabar con la vida de su hijo o hija en el seno mismo donde debería estar protegido: dentro del cuerpo de su madre; no olvidemos que ambos son cuerpos personales distintos. Esta tragedia alcanza también al padre, a quien corresponde cuidar ese santuario de vida. El aborto es un homicidio, y rompe interiormente a los padres por el vínculo perpetuo que los une a su hijo desde el momento mismo de la concepción. Ese hijo es mucho más que un cuerpo, es una persona única destinada a entregarse a la búsqueda del bien y a amar a los suyos. Tiene potencialmente la capacidad de querer, de pensar, de ser libre, de amar, de ser origen personal de nuevos hijos e intervenir así en la historia humana. Romper esto es una gran tragedia.
Cuando nuestra sociedad mira desconcertada su impotencia para disminuir la violencia y otros males sociales, hay que preguntarse qué estamos haciendo mal. La clave está en restaurar los cimientos mismos del origen de la sociedad: la paternidad, la filiación, el matrimonio natural y la familia. Si no lo hacemos, caminamos hacia una lamentable deshumanización.